P. Luis Alarcón Escárate
Vicario de Pastoral Social
Párroco de Hualañé y de La Huerta del Mataquito
Jesús es un hombre de oración profunda y permanente. Siempre los textos bíblicos lo muestran en lugares apartados o bien, se aleja para estar más tranquilo en diálogo con su Padre, como dice él.
Jesús no hace oración oficial, de esa que se recita en el templo cada día. Solo le vemos en una ocasión cuando inicia su ministerio y lee la cita de Isaías donde proclama su misión en la línea mesiánica que dice que los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos caminan, los presos son liberados. O bien lo vemos cuando niño y habiéndose perdido de sus padres, ellos lo encuentran dialogando con los Maestros de la Ley, asombrados de su conocimiento y sabiduría.
Mucha gente se reúne a orar, y me parece una actividad excelente. De hecho los sacerdotes y consagrados estamos comprometidos a hacer oración por el pueblo de Dios y rezamos en el breviario (un libro con oraciones para todos los días y horas), y los que son párrocos están obligados a rezar la misa por el pueblo de Dios a ellos confiados. Es una responsabilidad grande y que se realiza con mucho cariño.
Para los discípulos de Jesús es un poco desconcertante que alguien como su Maestro que habla del Dios de los judíos como “su padre” no tenga algún rito, o en este caso fórmulas como las de los fariseos o sacerdotes, que se saben largas oraciones para diversos momentos de su vida, ya que a pesar de responder al llamado de Jesús, son judíos.
Muchas veces aparecerá en Jesús la crítica a la oración de los maestros, levitas o sacerdotes porque son solamente palabras vacías, sin ninguna intención de conversión o de vivir lo que piden. Es chocante el ejemplo del fariseo y el publicano donde el primero se compara con el segundo y se siente poco menos que perfecto porque cumple muchas cosas de la religión; pero el publicano que se ha quedado atrás únicamente se deja mirar y reconoce su pecado delante de Dios. De él dirá Jesús, que salió justificado.
Jesús nos enseña a orar con una fórmula que siempre trato de no aprenderla de memoria para pensar en lo que digo. Para situarme delante del Señor como un hombre que mira a su padre y que además no es solo mío sino que de todos, es Padre Nuestro y que además nos coloca junto a otros con quienes debemos convivir con armonía, en hermandad.
La oración de Jesús nos dispone a trabajar por lo que pedimos, y ahí está la novedad hoy en día. No son frases que se repiten para calmar la mente, el espíritu, sino que son invitaciones a comprometernos siempre en la consecución de lo que pedimos.
No sacamos nada con pedir el pan de cada día si no nos hacemos hombres y mujeres solidarios; escuché a alguien alguna vez decir que si hacemos esta petición y siguen personas con hambre en el mundo nuestra oración ha sido hipócrita. Me resulta muy esperanzador y de responsabilidad humana el construir aquello que pedimos porque el “pidan y se les dará” se cumple. No por una fuerza personal, por creerme más que Dios, sino porque me he dejado conducir por él, soy su instrumento para que a través de mí construya la paz, transmita el amor, haga presente su reino.
Una oración verdadera es aquella que trabaja por lo que pide.
Domingo 24 de julio, Lucas 11, 1-13.