P. Luis Alarcón Escárate
Vicario de Pastoral Social y Talca Ciudad
Párroco de Los Doce Apóstoles
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquéllos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”. Jesús agregó: “Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: <<Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle>>, y desde adentro él responde: <<No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a dártelos>>. Yo les aseguro que, aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!” (Lucas 11, 1-3).
Todos los cristianos hacemos oración o rezamos: es lo mismo. Algunos hacen distinción entre ambos conceptos: rezar tendría que ver más con la recitación de algunas fórmulas heredadas de los santos o de la tradición que nos invitan a tener una expresión comunitaria de oración ya que siempre será el mejor momento de encuentro con Dios. La vida comunitaria hace siempre bien porque nos animamos con la cercanía de los hermanos y hermanas que se unen en la intención común y además se comprometen a la hora de ir haciendo vida la palabra de Dios que hemos reflexionado y rezado juntos.
Hacer oración en el sentido de reflexión personal es una práctica muy buena para todos los hombres y mujeres del mundo. Algunos lo harán desde la palabra de Dios que nos inspira y nos mueve a leer los signos de los tiempos para que luego podamos responder de manera coherente a esas insinuaciones del Espíritu que recibimos de la Palabra Revelada. Una buena oración tiene como gran meta alcanzar el Reino de Dios. Por lo tanto, debe ser capaz de leer los acontecimientos de la vida diaria para saber qué aspecto debemos enfatizar para corregir o afianzar y para luego disponernos a la obra que se da en lo cotidiano.
La oración no es para alejarse del mundo en el cual estamos, su objetivo es poder mirar mejor desde la distancia y de ese modo darnos cuenta de la presencia divina o bien para lo que nos falta crecer a la hora de hacer realidad la vida de Dios en la tierra.
Muchas situaciones ocurren todos los días. Con la velocidad de los medios de comunicación social hay veces en los cuales ya no alcanzamos a digerir todo lo que sucede porque al otro día ya ha cambiado la realidad y siempre estamos como empezando las cosas.
Es muy importante el poder mirar más allá de los horizontes humanos para que entonces la palabra y la acción tengan un sentido profundo y una acción verdaderamente efectiva. Sin la oración o sin la reflexión podemos caer en puras soluciones “parche” y en ir solamente respondiendo a lo contingente, reaccionando a los golpes que se reciben, pero no somos promotores de la vida del mundo, de los hombres y mujeres del mundo. Una buena oración conduce la historia hacia su plenificación, hacia la perfecta amistad y unidad con Dios y los hombres entre sí.
Domingo 24 de julio, Décimo séptimo domingo del año.