P. Luis Alarcón Escárate
Vicario de Talca Ciudad y Pastoral Social
Párroco de Los Doce Apóstoles y capellán Sto. Tomás
Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: <<Ve a lavarte a la piscina de Siloé>>, que significa <<Enviado>>. El ciego fue, se lavó, y al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: <<¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?>>. Unos opinaban: <<Es el mismo>>. <<No, respondían otros, es uno que se le parece>>. Él decía: <<Soy realmente yo>>. El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: <<Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo>>. Algunos fariseos decían: <<Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado>>. Otros replicaban: <<¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?>>. Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: <<Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?>>. El hombre respondió: <<Es un profeta>>. Ellos le respondieron: <<Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?>>. Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: <<¿Crees en el Hijo del hombre?>>. Él respondió: <<¿Quién es, Señor, para que crea en Él?>>. Jesús le dijo: <<Tú lo has visto: es el que te está hablando>>. Entonces él exclamó: <<Creo, Señor>>, y se postró ante Él (Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38).
Estamos en medio de una crisis que no es solamente lo social en nuestro país, sino la que provoca el COVID 19, más conocido como “coronavirus”. Sin entrar en neurosis, pero es necesario tomar precauciones que nos permitan enfrentar la posibilidad de contagios de manera responsable, para eso hay que obedecer las medidas que el ministerio de salud entregue al país.
Mirando el Evangelio, para los judíos, la enfermedad era considerada un castigo cometido por alguna persona dentro de la familia, porque nacer ciego aparece como algo extraño, pero no por una razón que sea una situación provocada por mi padre o mi madre. De ahí que los fariseos le echen en cara la condición de pecador al ciego cuando les hace ver quien lo ha sanado.
Jesús hace entender que no es un pecado la ceguera. Lo que puede suceder, es que no teniendo a Cristo puede haber una falta de visión más grave. De hecho, el ciego de nacimiento, sin ver ha podido encontrarse con quien le devuelve la salud y ahora es consciente de su dignidad humana y es consciente de que el Señor es aquel que lo ha tratado de manera acogedora, le ha devuelto su alegría y sus ganas de vivir en un mundo que había sido totalmente enemigo de él. Su ceguera era un signo de maldición que le impedía integrarse en todas las actividades humanas.
A pesar de ella, luchó incansablemente para obtener respuesta, se sometió a las ofensas y calumnias de los que debían mostrarle la verdad, y no obtuvo nada. Solamente en un desconocido pudo hallar lo que siempre buscó. Aquello que era más que la visión física, sino la integración en la vida comunitaria. La participación igual que todos los hombres y mujeres en todas las actividades de desarrollo.
Veo un llamado profundo a toda la sociedad a dejarse limpiar los ojos. Superar las visiones personalistas, que son un síntoma de ceguera, para entrar en actitudes que hagan posible los anhelos que todos buscamos: un país de hermanos, de reconocimiento de esa hermandad, de justicia para todos. Algo que está por encima de las visiones que inspiran los talentos y dones que construyen una sociedad, porque el Espíritu no se puede apagar.
Domingo 22 de marzo, Cuarto domingo de Cuaresma.