P. Luis Alarcón Escárate
Vicario Episcopal Talca Ciudad y Pastoral Social
Capellán Universidad Santo Tomás Talca
Después de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 16-20).
El pasado domingo nombrábamos los miedos que tenemos cada persona y para animar nuestra esperanza, Jesús, nos hablaba de que enviará un paráclito. Luego de la separación nos enviará su Espíritu Santo. El que nos revelará todo y nos dará una elocuencia tal que no será necesario siquiera preparar los discursos para defendernos ya que él se expresará y dejará callados a quienes acusan.
Hoy, podemos contemplar en el texto de Mateo que todavía algunos dudan. Los seguidores de Jesús tienen muchas dudas, hasta el día de hoy. No son los hombres y mujeres seguros que tienen respuesta para todo y que saben lo que se debe hacer en toda situación. Nuestra comunidad está conformada por personas normales, con todas las fragilidades humanas; con grandes talentos que se notan en su permanente actuar, pero muchas veces inseguros a la hora de llevar a la práctica todo lo aprendido del Maestro. La iglesia de Jesucristo es esa comunidad de hijos e hijas que van creciendo cada día en mayor seguridad en su fe. ni siquiera la enseñanza que nos dejaba el evangelio de la semana pasada, en el cual Jesús preparaba a los discípulos para cuando él no esté, que vivan el signo del amor.
Jesús se vuelve al lugar del que había salido, pero no con la intención de abandonarnos, sino con la intención de estar mucho más cerca. De poder ver en la actuación de los discípulos todo aquello que le han visto hacer.
La comunidad cristiana es la que toma mayor relevancia en esta hora. Si bien ya lo decíamos la semana anterior: en ella es donde se superan los temores, se afianza la fe y se empieza a creer en los propios talentos. Hoy repetimos: en la comunidad de los amigos de Jesús es donde se responden todas las interrogantes. Es en la vivencia de la vida comunitaria donde se descubre esa presencia real y que la fuerza del Espíritu nos hará descubrir y comprender de manera total.
Es el tiempo de dejar las “piedades” personales y empezar a comprometerse con la verdadera piedad que es el compromiso con la necesidad concreta y solidarizar con ella, es el tiempo de hacer presente hoy, ahora y acá la persona de Jesús que está con los enfermos y con los médicos, con los que cultivan la tierra y luego cosechan, con los que construyen y con los que crean arte. La Ascensión del Señor nos introduce en la vida real, por eso no podemos quedarnos mirando hacia el cielo.
Es cierto que un gran misterio se nos revela, pero los misterios no son acontecimientos ocultos ni de terror agregado; sino que invitan a comprender que Dios no es un ser vengativo, ni un personaje lejano. Es misterio saber el porqué nos sigue amando a pesar de nuestra permanente debilidad y lejanía consciente e inconsciente. El mundo estaría feliz de que se fuera y desapareciera de la historia para no enfrentarnos con nuestro pecado, pero continúa ahí, para acompañarnos y amarnos.
Los últimos resultados de las encuestas acerca de la fe de las personas en Chile hablan de que aún el setenta por ciento cree en Dios, pero solamente el cuarenta por ciento confía en la Iglesia católica y muchos más no tienen confianza en los sacerdotes. Es una realidad que nos compromete en una nueva misión, en la que nos lleva a dar un testimonio mejor, más cercano a la realidad de las personas y sin dejar de ser el Señor que ha estado siempre, pero que a veces lo mostramos poco sensible y comprensivo de la situación de todos.
La Ascensión del Señor, Domingo 21 de mayo.