Les ruego que me excusen. Comprendo que puedo parecer inoportuno. Casi siempre mis artículos son para pedir y esto a la larga resulta molesto.
Pero no puedo callar sin que mi conciencia grite.
No voy a hablar de la Catedral de Talca, sino de algo aún mucho más importante: de los pobres de Talca. La Catedral es el templo de Dios, los hombres y especialmente, los pobres, son aún templos vivientes.
Hace dos días llegó al Obispado un hombre a pedir limosna. Llegan tantos. Pero éste era diverso a otros. Demacrado, color cetrino, vestido pobre, pero limpio en su miseria. Me contó su caso. Tuberculoso, hace dos años que ya no puede trabajar. Casado y con dos hijos. La mujer trabaja en... (mejor no digo dónde) y gana... doscientos pesos mensuales.
No pedía limosna. Contaba su caso con tal expresión que yo no dudé de su veracidad.
Me dejó su dirección.
Ayer fui a verlo en compañía del párroco a quien corresponde ese barrio. Recorrimos a pie esa población. No se podía hacer de otro modo. A pesar de estar habituados a visitar esos barrios, ese sector me impresionó profundamente. Ahí vive nuestro pueblo. Perdónenme, pero a fuerza de ser sincero debo decir, ahí se consume nuestro pueblo.
Después de muchas preguntas y dar vueltas, nadie conocía al hombre que buscaba, tres chiquillos listos me trajeron el dato dónde "vivía". Confieso; tuve que vencerme para no echarme a llorar. En una pieza de dos metros por dos (no exagero) había dos niños, una niñita de nueve años y un chico precioso de dos. Un poco de carbón encendido en el suelo, tres "pilchas" (tampoco exagero) colgando de unos clavos y por lecho para los cuatro... un poco de aserrín sobre el suelo húmedo y nada más.
Digo mal, había "algo más". Cuando me retiraba con vergüenza de cristiano y de chileno en el rostro y con lágrimas en los ojos, el hombre dijo a su chica: Muéstrales al "Dueño de casa" y la chica desclavó de la pared un pequeño crucifijo; "es luminoso", me añadió, con una sonrisa de inmensa satisfacción. Era lo único que poseían.
Sí; es luminoso, pensé. Pero no con fosforescencia de una sustancia química, sino con una luz más íntima. En las terribles noches de invierno el pobre tuberculoso botado sobre el aserrín, con su mujer y sus hijitos, sentía su luz invisible y sin conocer los versos de Víctor Hugo al Crucifijo los vivía:
"Los que sufrís, venid a este Dios, porque Él sufrió.
Los que lloráis venid a este Dios porque Él llora"
Y también para mí ha sido luminoso. Hace ya tiempo que yo veía la necesidad de promover un nuevo movimiento en Talca. La pobreza aumenta en forma aterradora. Es miseria negra en muchos casos. No bajan de seis los casos que diariamente debo asistir y cada uno es realmente terrible.
Yo no voy a caer en la fácil tarea de echarle a otros la culpa. Cuesta poco hacer un discurso demagógico. Yo quiero otra cosa: que todos y yo incluso, nos culpemos.
No hay derecho para que esto suceda.
No es posible reír y divertirse mientras tantas lágrimas amargas se vierten.
La miseria está golpeando la puerta de los pobres de Talca. Lo sé porque Dios me concede diariamente dos gracias: tenerlo en mis manos en la misa y atenderlo en los pobres que me envía.
Ni la misa, ni el pobre me faltan, a Dios gracias, cada día. Pero, repito, esto no puede seguir así. Y sin saber cómo ni con qué, ni con quiénes, yo he resuelto fundar hoy la obra del "Fraterno auxilio cristiano" (F.A.C.).
Su fin, muy simple: aliviar esta miseria.
Sus socios: todo el que tenga corazón.
Fraterno Auxilio Cristiano. Las iniciales de estas tres palabras, forman una cuarta F.A.C. que en latín es el imperativo del verbo hacer: haz.
Este será la obra que hoy nace. Pocas reuniones, menos acuerdos, ningún discurso y mucha acción caritativa.
Yo cito por estas líneas, a todo el que haya comprendido este llamado, a una reunión el próximo sábado quince a las tres de la tarde en la Casa de la Acción Católica, frente al Obispado.
No hay citaciones personales.
El que oiga la voz de la miseria que llama y de la conciencia que grita, dese por citado.
No había nada en la pieza del tuberculoso. Ni una mísera payasa. Sólo sobre el barro negro de la muralla y revenida, "el Dueño de Casa", el crucifijo luminoso.
Cristo llegó a mi casa en ese pobre.
Su sonrisa dulce y dolorida la tengo grabada en mi retina.
Su frase diáfana me sigue resonando: "Muéstrale al dueño de casa".
Y veo en la noche el egoísmo que nos rodea, el Crucifijo luminoso del tugurio de la 10 Oriente.
Él iluminará el Fraterno Auxilio Cristiano que hoy nace.
Monseñor Manuel Larraín E.