P. Luis Alarcón Escárate
Vicario Episcopal Talca Ciudad y Pastoral Social
Capellán Universidad Santo Tomás Talca
Jesús dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana (Mateo11, 25-30).
Este evangelio parte con una mirada de asombro del Señor Jesús y agradecimiento por todas las bellas cosas que ocurren en nuestro mundo. Qué difícil es encontrar personas que sepan mirar con esa actitud las cosas creadas y la acción de otros que se dedican a embellecer la sociedad con obras de bien. Recién estamos recuperándonos de los fuertes temporales de inicio de mes y han sido incontables los gestos de solidaridad que se han dado compartiendo comida y abrigo con las localidades afectadas. Esos gestos nos hacen mirar con esperanza la vida de nuestro mundo que en otras ocasiones nos decepcionan cuando se pierden valores como la empatía, el amor, la solidaridad, el trabajo desinteresado para servir a otros.
Agradecimiento porque el Señor se manifiesta como alguien cercano a los más pobres y pequeños cuando la mayoría quiere ser cercana a los poderosos y a los que poseen bienes materiales. Pareciera que “ser de buena familia” significa esa condición de riqueza y no de verdadera bondad, donde hay preocupación por la situación de todas las familias, y que todas se constituyan en “buenas familias” porque hay apertura a la vida del evangelio de Jesús y son testimonio de amor expresado en verdadera comunión con la realidad de todos.
Encontrar buenas familias es encontrarse con el rostro amable y cercano del mismo Dios. Hemos escuchado del mismo Jesús que “quien me ve a mí ve al Padre”, por lo tanto, aquellos que son seguidores del Maestro se constituyen también en rostro de ese Señor que sigue caminando en medio de nosotros y lo vemos sirviendo en cada realidad de dolor o de compartir la alegría de los hermanos.
Es importante reflexionar en torno a la frase de los “sabios y entendidos”, porque ellos deberían ser los que revelan y enseñan el rostro de Dios a los hombres, pero el mismo evangelio nos hace reconocer que dentro de su corazón se encierra orgullo, soberbia, búsqueda de gloria personal como si todo hubiera sido realizado por ellos. Es una triste mirada al fracaso de la proclamación de la Palabra de Dios a una comunidad que prefiere manejar a Dios y no ser humilde servidor como sí lo son muchos otros que a través de la Biblia vemos como los Profetas, por ejemplo, cuyo testimonio es siempre manifestar de manera clara y con signos lo que Dios desea comunicarle a los hombres y mujeres de toda época.
Digno de mencionar y reflexionar es cuando escuchamos que Jesús es nuestro descanso en medio de tantas vicisitudes. Más aún cuando creemos que la tarea de la Evangelización pasa por nosotros y que la superación de todos los grandes problemas que afligen a la humanidad los vamos a resolver nosotros. Ya el papa nos ha dicho que no somos una ONG. Nuestra mayor riqueza es ser poseedores de una persona, creemos en alguien, no en algo y ese testimonio provoca en quienes lo reciben un descanso profundo de su espíritu, porque sabe que en último término toda su suerte ya está pagada con la entrega generosa de Jesús en la cruz. No tenemos que hacer mérito para nada, no debemos esforzarnos en lograr la salvación que ya ha sido conquistada. Sólo debemos vivir como verdaderos hijos amados, que recogen lo que les ha sido entregado como don. Eso da paz. Ayuda en la caminata de la vida cuando lo entendemos de manera profunda. No tenemos nada que lograr, ya todo está hecho. Sólo avanzar sabiendo, como muchas veces han oído que, en los momentos de mayor dificultad, cuando todo estaba en contra, las huellas en la arena solo reflejan un par de huellas porque ahí el Señor te llevaba en sus brazos.
Décimo cuarto domingo del año, 9 de julio.