P. Luis Alarcón Escárate
Vicario Episcopal de Talca Ciudad y Pastoral Social
Capellán Universidad Santo Tomás Talca
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: <<Ya viene el esposo, salgan a su encuentro>>. Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: <<¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?>>. Pero éstas respondieron: <<No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado>>. Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: <<Señor, señor, ábrenos>>. Pero él respondió: <<Les aseguro que no las conozco>>. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora (Mateo 25, 1-13).
El pasado día ocho de noviembre se ha iniciado una de las más largas conmemoraciones del año: el Mes de María. A ella le dedican todos los cristianos, especialmente los más sencillos un homenaje de fe, de cariño; se acogen a su protección y le piden que sea intercesora en todas las necesidades humanas. Ella conduce a la Iglesia hacia Cristo. Es su tarea fundamental. No quiere ser el centro de todos los homenajes, sino que únicamente quiere acompañar y cuidar a Jesús, su Hijo, y por esa razón ilumina a cada hombre y mujer para que no pierda el camino. De ahí que, en la liturgia, dentro de nuestras capillas su imagen se ubica en una posición intermedia un poco más bajo que la cruz de Cristo y un poco más alto que las personas, para significar esa vocación de Madre y de fiel creyente que avanza mostrando el camino a quienes buscan a Dios.
Podemos decir que es una de las vírgenes prudentes, que esperaban ansiosamente la llegada de su Señor. Su vida la alimentaba constantemente con la oración, mirando la palabra de Dios en los escritos y los salmos, pero también en los signos de los tiempos que mostraban la cercanía del Señor por lo tanto su esperanza se afianzaba cada día más.
Hoy también existen muchas esperanzas y todas ellas tienen que ver con el sentido de la vida, con la realización personal y con una felicidad que se extienda más allá de lo que podemos ver. Pero al mirar la realidad y darnos cuenta de las infinitas injusticias, discriminaciones, pandemias, guerras entre países, pobreza y hambre, muchísimos tienden a perder la fe. Deja de iluminar nuestra lámpara cuando nos dejamos atrapar por la oscuridad del individualismo, el afán de poder, de riqueza, del pecado.
Cuando la comunidad de cristianos se dio cuenta que la venida de Jesús no sería algo inmediato supo que debía fortalecer la fe de aquellos que se adherían a su grupo y los preparaban para que su vida se hiciera cada día una “fuerza de fe”, una carga de aceite para llenar las lámparas de quienes a veces son más débiles y requieren ver con certeza la presencia de Dios en la vida personal y comunitaria. Es así como las comunidades de base nos ayudan para ver ese compromiso real con la vida del mundo. La historia de tantos santos y santas, mártires, catequistas, líderes de naciones y grandes personajes de la historia como San Sebastián, San Francisco, Tomás Moro, Padre Hurtado, en Chile, etc., permiten ver esa presencia del Señor que llega hasta nosotros y nos alegra la vida y la fiesta que debe empezar.
Cada signo de crecimiento en humanidad, en respeto, en inclusión, en solidaridad, en paz, es un aceite, un bálsamo que anima y acrecienta nuestro testimonio y sobre todo porque es expresión de la fe.
Trigésimo segundo domingo del año, 12 de noviembre 2023.