P. Luis Alarcón Escárate
Vicario Episcopal Talca Ciudad y Pastoral Social
Capellán Universidad Santo Tomás
Jesús dijo a sus discípulos: Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa: si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos! (Marcos 13, 33-37).
Iniciamos un nuevo año litúrgico y el Adviento se nos presenta con la esperanza cierta de alcanzar lo que anhelamos. Cuando se saluda en el día de Navidad y Año Nuevo se repite siempre esa frasecita: ¡Que se le cumplan todos sus deseos! Y me parece muy bien que se desee lo mejor a cada persona. El papa Francisco en la encíclica “Fratelli tutti” nos invita a reconstruir los lazos de amistad entre todos: entre los hermanos de sangre, los del país y los de todo el mundo y para ello urge entrar en una nueva dimensión y valoración del diálogo que implica el reconocimiento de todos los que son distintos, los que poseen culturas diferentes, los que pertenecen a una clase social u otra, los que han llegado como migrantes y los que tienen capacidades diferentes; si eso no ocurre es muy poco probable que se pueda realizar el cumplimiento de todos los deseos, porque se empieza a anidar en el corazón de las personas los sentimientos de rechazo, de discriminación, de soledad, de prepotencia al querer imponerse al resto, de individualismo, de hedonismo, etc.
El Señor Jesús nos pone en alerta para no caer ante las diversas tentaciones que se pueden venir al corazón humano cuando ha perdido algo muy valioso.
Para las primeras comunidades lo más valioso que descubrieron fue al mismo Señor, que como pudimos reflexionar la semana anterior, se ha constituido en Rey y Señor del Universo porque ha tenido gestos de humanidad verdadera, ha amado a los suyos, los ha amado hasta el extremo, hasta dar la vida por ellos. Por lo tanto, la respuesta de esos hombres amados por Cristo es devolver ese cariño con fidelidad, con profundo apego y respeto a sus palabras y a sus actos. Lo esperamos, se dijeron, y fueron testimonio de solidaridad, de acogida, de cercanía a los hombres y mujeres de todos los lugares del mundo conocido, era su manera de esperar.
Algunos pensaron que se demoraba un poco y ahí comienzan los problemas y las dificultades en la vida comunitaria. Incluso entre los que esperaban algunos dejaban de trabajar o de preocuparse de lo esencial de la vida. Creo que este evangelio tiene un poco de ese tirón de orejas a los miembros de la comunidad: vigilar y esperar. Eso es una tarea que posee un desafío enorme, porque nos invita a la contemplación verdadera, a la lectura de la palabra de Dios con mayor atención para poder reconocer los signos de la manifestación de ese retorno que se va dando en tantos acontecimientos de vida, de progreso humano, de superación de situaciones de pobreza y de inhumanidad, de diálogo verdadero incluso con la naturaleza para que este planeta sea un verdadero hogar para todos, compartiendo con los otros seres vivos repartidos por todas partes y los que seguramente habitan el universo inmenso en una materialidad distinta a lo que conocemos.
Que este Adviento nos permita esperar al Señor Jesús acompañados por María nuestra Madre, por San José el siervo fiel y con la mirada atenta y creyente que nos permita purificar todas las situaciones y encontrar el rostro verdadero de aquel en quien confiamos y esperamos.
Primer domingo de Adviento, 3 de diciembre.