P. Luis Alarcón Escárate
Vicario Episcopal Talca Ciudad y Pastoral Social
Capellán Universidad Santo Tomás Talca
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: <<¿Quién eres tú?>>. El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: <<Yo no soy el Mesías>>, <<¿Quién eres, entonces?>>, le preguntaron: <<¿Eres Elías?>>. Juan dijo: <<No>>. <<¿Eres el Profeta?>>. <<Tampoco>>, respondió. Ellos insistieron: <<¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?>>. Y él les dijo: <<Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías>>. Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: <<¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?>>. Juan respondió: <<Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: El viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia>>. Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba (Juan 1, 6-8. 19-28).
El Pueblo de Israel esperaba un salvador, un mesías, estaba escrito en los libros de los profetas y anhelaban su pronta llegada.
Podemos preguntarnos qué esperaban: los pobres de Yahveh esperaban un Mesías que estaría en la línea que propone el profeta Isaías, un rey bueno, que logrará unir a todos y los cuidará de todos los males que puedan afectarlos. Los defenderá de los enemigos a tal punto que establecerá la paz y las armas desaparecerán, todas ellas se transformarán en herramientas de trabajo, gobernará a todos con amor, no será un déspota, ni se pondrá por encima de los demás por su cargo ni por su sabiduría, sino que será un servidor, un hombre de comunión y discípulo. Su autoridad estará basada en el testimonio que da y no en el poder de su ejército ni de su riqueza. Tendrá preferencia por los pobres y marginados, por los enfermos y los migrantes.
Los grupos privilegiados esperan un rey que los avale y se ponga de su lado, que hable su lenguaje y tenga la fuerza de castigar a los que pretenden acercarse a ellos para pedirles un favor o que se les haga justicia de manera gratuita. Para ellos, los pobres, son un estorbo y no son dignos de conocer las cosas misteriosas que vienen del cielo, que son un mensaje divino reservado a los elegidos y separados.
Las clases políticas no esperan a nadie, porque un rey pone en peligro su estatus y les podría arrebatar su fuente de riqueza y de dominio de todo lo que han conquistado muchas veces con malas artes.
Juan el Bautista y Jesús no vienen para los políticos, ni para los fariseos o saduceos en el sentido de asociarse con ellos, viene para invitarlos a convertirse y a poder mirar a aquellos que son los pobres de Israel y de esa forma acompañarlos para que logren hacer presente el rostro verdadero de Dios. Juan el precursor prepara el corazón de todos para que su palabra ilumine y haga ver el rostro de Jesús que ha venido para hacer presente el Reino de Dios con su sola presencia.
En nuestro tiempo, ¿qué estamos esperando? Nuestro país vive un proceso importante de decisión en este día. Que importante es que podamos participar en esta esperanza, con nuestra opinión efectiva, no solo de crítica y “no estar ni ahí”, el Señor sigue viniendo hoy para recordarnos que somos co-creadores, el mundo requiere nuestra acción para sanar de la sequía y de las inundaciones, requiere nuestra acción para conservar las especies en peligro de extinción, animales y forestales, necesita nuestra acción para que los hombres y mujeres vivan como verdaderos hermanos y con dignidad, porque no puede haber gente que quiera estar sobre el resto. Lo que existe son servidores, discípulos y hombres de comunión que hacen visible el amor concreto y verdadero del Padre. Adviento nos prepara para esa nueva realidad.
Tercer domingo de Adviento, 17 de diciembre.