P. Luis Alarcón Escárate
Vicario Episcopal Talca Ciudad y Pastoral Social
Capellán Universidad Santo Tomás Talca
Jesús entró en Cafarnaúm, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga de ellos un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: <<¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quien eres: el Santo de Dios>>. Pero Jesús lo increpó, diciendo: <<Cállate y sal de este hombre>>. El espíritu impuro lo sacudió violentamente, y dando un alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: <<¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y éstos le obedecen!>>. Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea (Marcos 1, 21-28).
Durante mucho tiempo hemos escuchado opiniones acerca de otras personas y en cada una de ellas existe prejuicio, demasiadas descalificaciones y de esa manera se pretende conquistar un voto o la simpatía de la multitud. Incluso se apegan a las opiniones mayoritarias para caer bien.
En el inicio del evangelio, Jesús que comienza su predicación, no viene a hacerse el simpático. No es su objetivo, ya lo comentábamos el domingo anterior: su interés principal es el anuncio del Reino. Pero luego de ser testigos de la convicción con la cual anuncia la palabra y los signos que realiza en medio de todos expulsando un demonio les mueve a opinar y a reconocer que su manera no tiene nada que ver con lo establecido. Seguramente no usa las palabras ni los ritos que emplean los “profesionales” que son los sacerdotes y los maestros de la ley; su enseñanza se ve enriquecida con el testimonio vivo, con el acontecimiento liberador de quien era afligido por los sufrimientos provocados por un demonio. Jesús lo expulsa y despierta con esto el deseo de conocerlo, de estar junto a él.
Ya lo decíamos el domingo anterior: Jesús no se mueve de su plan primordial.
La predicación de Jesús es únicamente a partir de la palabra de Dios, no critica a los fariseos y a los maestros de la ley. Su confrontación se hará evidente cuando cada uno de ellos se vea cuestionado por la misma palabra que Jesús predica y que delatará su falta de coherencia y de ahí vendrá la persecución.
Para los que creemos en Jesús en este siglo veintiuno, es muy importante el testimonio, porque la época de las palabras ha pasado. Y si se deben pronunciar, deben ir avaladas por los signos concretos que manifiestan lo expresado. Hemos sido testigos de muchos personajes: políticos, artistas, religiosos, etc., que ponían muchas palabras en los diversos medios y plataformas sociales, que luego han sido denunciados por diversos delitos o situaciones de incoherencia.
El evangelio de Jesús merece ser transmitido con verdad. Porque la humanidad espera respuestas ante situaciones angustiosas de sentido, de futuro, de caminos, cuando los diversos sistemas políticos han fracasado y ya no se confía en ninguno. De ahí que la búsqueda ahora esté en las “personas como uno”, que no han sido militantes ni han ocupado cargos públicos anteriores, sobre todo pensando que vienen diversas elecciones en nuestro país durante este año.
Debe ser también un llamado del Espíritu el que sepamos ponernos delante de Jesús para que nos descubra los demonios que cada uno lleva interiormente, para hacer luz y para que nos devuelva la dignidad, la coherencia y así podamos acompañar, sanar a otros, aconsejar. Al parecer es más sanador reconocer las propias fragilidades que creerse infalible. La comunidad sabe reconocer y acoger, acompañar al pecador porque es consciente de que a Dios le interesa que se arrepienta y viva. Quien hace ese camino de verdad seguramente se hará más humilde, más respetuoso de los demás y su historia, será alguien que sirve y vive para los demás.
Cuarto domingo del año, 28 de enero 2024.