P. Luis Alarcón Escárate
Vicario Episcopal Talca Ciudad y Pastoral Social
Capellán Universidad Santo Tomás Talca
El Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían. Después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: <<El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia>> (Marcos 1, 12-15).
Durante este mes de febrero he querido compartir con ustedes las reflexiones que nos propone el Padre Pagola, ya lo han notado, supongo. Esto porque creo que nos ayuda a mirar el Evangelio desde la realidad que nos toca enfrentar en este siglo veintiuno. Más aún cuando nuestra religiosidad siempre mira un poco de manera farisaica (espero que no se sientan algunos cuando uso esta denominación), pero es cierto que nos cuesta pensar la fe en perspectiva de una iglesia en salida. Preferimos mejorar la memoria para aprender a rezar los misterios que conocemos o a pronunciar bien algunas palabras de la biblia y nos cuesta inculturar la fe, hacerla cercana a todo hombre y mujer que anhela consuelo, esperanza, mirada de futuro, etc. En otros momentos hemos hablado de superar el ayuno de comida y aprender a ayunar de odio, de materialismos, de egolatrías. Hoy, les invito a iniciar un camino de conversión, que cuaresma sea para todos los cristianos un tiempo de crecimiento espiritual: “la llamada a la conversión evoca casi siempre en nosotros el recuerdo del esfuerzo exigente, propio de todo trabajo de renovación y purificación. Sin embargo, las palabras de Jesús: <<Conviértanse y crean en la Buena Noticia>>, nos invitan a descubrir la conversión como paso a una vida más plena y gratificante.
El evangelio de Jesús nos viene a decir algo que nunca hemos de olvidar: <<Es bueno convertirse. Nos hace bien. Nos permite experimentar un modo nuevo de vivir, más sano y más gozoso. Nos dispone a entrar en el proyecto de Dios para construir un mundo más humano>>. Alguno se preguntará: pero ¿cómo vivir esa experiencia?, ¿qué pasos dar?
Lo primero es detenerse. No tener miedo a quedarnos a solas con nosotros mismos para hacernos las preguntas importantes de la vida: ¿quién soy yo?, ¿qué estoy haciendo con mi vida?, ¿es esto lo único que quiero vivir?
Este encuentro consigo mismo exige sinceridad. Lo importante es no seguir engañándonos por más tiempo. Buscar la verdad de lo que estamos viviendo. No empeñarnos en ocultar lo que somos y en parecer lo que no somos.
Es fácil que experimentemos entonces el vacío y la mediocridad. Aparecen ante nosotros actuaciones y posturas que están arruinando nuestra vida. No es esto lo que hubiéramos querido. En el fondo deseamos vivir algo mejor y más gozoso.
Descubrir cómo estamos dañando nuestra vida no tiene por qué hundirnos en el pesimismo o la desesperanza. Esta conciencia de pecado es saludable. Nos dignifica y nos ayuda a recuperar la autoestima. No todo es malo y ruin en nosotros. Dentro de cada uno está actuando siempre una fuerza que nos atrae y empuja hacia el bien, el amor y la bondad. Es Dios, que quiere una vida más digna para nosotros.
La conversión nos exigirá sin duda introducir cambios concretos en nuestra manera de actuar. Pero la conversión no consiste en esos cambios. Ella misma es el cambio. Convertirse es cambiar el corazón, adoptar una postura nueva en la vida, tomar una dirección más sana. Colaborar con el proyecto de Dios.
Todos, creyentes y menos creyentes, pueden dar los pasos evocados hasta aquí. La suerte del creyente es poder vivir esta experiencia abriéndose confiadamente a Dios. Un Dios que se interesa por mí más que yo mismo, para resolver no mis problemas, sino <<el problema>>, esa vida mía mediocre y fallida que parece no tener solución. Un Dios que me entiende, me espera, me perdona y quiere verme vivir de manera más plena, gozosa y gratificante.
Por eso el creyente vive su conversión invocando a Dios con las palabras del salmista: <<Ten misericordia de mí, oh Dios, según tu bondad. Lávame a fondo de mi culpa, limpia mi pecado. Crea en mí un corazón limpio. Renuévame por dentro. Devuélveme la alegría de tu salvación>> (Salmo 50)” (“El camino abierto por Jesús”. Págs. 34-35. P. José Pagola).
Primer domingo de Cuaresma, 18 de febrero 2024.