P. Luis Alarcón Escárate
Vicario Episcopal Talca Ciudad y Pastoral Social
Capellán Universidad Santo Tomás Talca
Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: <<Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías>>. Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: <<Éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo>>. De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría <<resucitar de entre los muertos>> (Marcos 9, 2-10).
“Para ser cristiano, lo más decisivo no es qué cosas cree una persona, sino qué relación vive con Jesús. Las creencias, por lo general, no cambian nuestra vida. Uno puede creer que existe Dios, que Jesús ha resucitado y muchas cosas más, pero no ser un buen cristiano. Es la adhesión a Jesús y el contacto con él lo que nos puede transformar.
En los evangelios se puede leer una escena que, tradicionalmente, se ha venido en llamar la <<transfiguración>> de Jesús. Ya no es posible reconstruir la experiencia histórica que dio origen al relato. Solo sabemos que era un texto muy querido entre los primeros cristianos, pues, entre otras cosas, los animaba a creer solo en Jesús.
La escena se sitúa en una <<montaña alta>>. Jesús está acompañado de dos personajes legendarios en la historia judía: Moisés, representante de la Ley, y Elías, el profeta más querido en Galilea. Solo Jesús aparece con el rostro transfigurado. Desde el interior de una nube se escucha una voz: <<Este es mi hijo querido. Escuchadle a él>>.
Lo importante no es creer en Moisés ni en Elías, sino escuchar a Jesús y oír su voz, la del hijo amado. Lo más decisivo no es creer en la tradición ni en las instituciones, sino centrar nuestra vida en Jesús. Vivir una relación consciente y cada vez más comprometida con Jesucristo. Solo entonces se puede escuchar su voz en medio de la vida, en la tradición cristiana y en la Iglesia.
Solo esta comunión creciente con Jesús va transformando nuestra identidad y nuestros criterios, va curando nuestra manera de ver la vida, nos va liberando de esclavitudes, va haciendo crecer nuestra responsabilidad evangélica.
Desde Jesús podemos vivir de manera diferente. Ya las personas no son simplemente atractivas o desagradables, interesantes o sin interés. Los problemas no son asunto de cada cual. El mundo no es un campo de batalla donde cada uno se defiende como puede. Nos empieza a doler el sufrimiento de los más indefensos. Nos atrevemos a trabajar por un mundo un poco más humano. Nos podemos parecer más a Jesús” (“El camino abierto por Jesús”. Pág 159-160. P. José Pagola).
Confío que en esta Cuaresma podamos resurgir mucho más parecidos a Jesús y menos parecidos a un grupo de fieles que se mimetizan entre sí y viven, hablan, cumplen lo mismo sin saber el sentido profundo de lo que significa la conversión y la presencia de Jesús en la sociedad de nuestro tiempo, lo ideal es saber que estar cerca de la Iglesia no es si voy mucho o poco a ella, sino que mis criterios a la hora de realizar mi trabajo en el lugar que sea hagan presente los valores, las palabras, los gestos de Jesús que vive en cada uno de nosotros. Que nos transfiguremos con Cristo.
Segundo domingo de Cuaresma, 25 de febrero 2024.