P. Luis Alarcón Escárate
Vicario de Pastoral Social y Talca Ciudad
Párroco de Los Doce Apóstoles
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”. María dijo entonces: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡Su nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquéllos que lo temen. Desplegó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre”. María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa (Lucas 1, 39-56).
Este domingo es una jornada muy importante en nuestra Iglesia Diocesana de Talca. Como cada año, todas nuestras comunidades se reúnen para celebrar que hace ya casi treinta años el SÍNODO, el proceso de reflexión que durante tres años se realizó para reorientar el rumbo de nuestra vida pastoral, nos impulsó a iniciar un proceso que continúa hasta hoy, con los contextos diversos, pero siguen hablando de ser una Iglesia que vive en Comunión y Participación, nos empuja para ser una Iglesia Misionera al Servicio del Reino y nos invita a una Renovación Espiritual Permanente. Todo eso es lo que conmemoramos en un Gran Encuentro Diocesano.
Al igual que hace dos mil años, María se fue a la montaña para acompañar a su prima Isabel, hoy nos congrega para sentir que en “ella renace nuestra esperanza”. Para la Iglesia, la Madre de Jesús, es un soporte fundamental a la hora de encontrarse, fijar la mirada, y comenzar a peregrinar detrás del Señor Jesús. Porque ella lo comunica con todo su ser. Hoy, en el texto de Lucas, la podemos ver partir de inmediato donde su prima para alegrarla, más que con su presencia y familiaridad, con la manifestación real de Jesús que provoca la alegría de Juan Bautista en el seno de su madre. La Fiesta que hoy nos trae a todos viene a alegrar nuestra vida con la cercanía del Maestro y nos compromete a ser sus mensajeros en todas las realidades en que nos toca vivir.
Nos sentimos invitados a jugarnos cada día por todo aquello que al Señor le importa, porque para un discípulo, la voluntad del Maestro es lo fundamental. Nada hay para Jesús más importante que escuchar a su Padre y vivir su voluntad. Con su ejemplo, María nos enseña a comprometernos con la vida desde el seno materno, cuando hay voces que quieren legalizar el aborto. María nos enseña que la migración y la pobreza no son situaciones queridas por Dios, ya que con dolor debió partir a Egipto junto a su esposo y a su hijo para volver cuando las condiciones de vida habían cambiado. Ella asumió la pobreza espiritual como una condición que le permitía estar abierta al don de Dios, pero nos recuerda que no es lo mismo esa actitud con la carencia material denigrante que invisibiliza a Lázaro, nunca visto por el rico Epulón. Estoy seguro de que Jesús aprendió de ella todo lo que luego nos enseñará porque ha recibido la formación de una madre que amaba a Dios y de ahí le brota el amor a los hombres y mujeres por quienes entrega su vida.
Pidamos al Señor para que este día podamos renovar nuestro servicio misionero, que podamos comprometernos con la vida de los religiosos y religiosas de tal manera que sepamos ofrecer a los hijos e hijas de nuestras familias para que descubran una vocación de alegría y de servicio permanente a todos mostrando esa realidad del cielo en la tierra.
Domingo 15 de agosto, La Asunción de la Virgen María.