P. Luis Alarcón Escárate
Párroco San José-La Merced Curicó
Vicario Episcopal Curicó y Pastoral Social
Capellán CFT-IP Santo Tomás Curicó
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: <<¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?>>. Jesús les respondió: <<Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquél para quien Yo no sea motivo de tropiezo!>>. Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: ¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquél de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino”. Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él (Mateo 11, 2-11).
En este tercer domingo del adviento aparece la figura gigante de Juan el Bautista. Un profeta que ve lo que todos anhelaron: conocer al Mesías y ser testigo de los tiempos nuevos que su presencia inaugura.
Pero el evangelio lo presenta en una situación complicada: está preso debido a que ha criticado públicamente la relación que Herodes tiene con su mujer, considerada escandalosa ya que era esposa del hermano del rey. Seguramente la situación que vive le hace dudar de muchas cosas entre ellas la verdad acerca de Jesús: ¿será el que había de venir o debemos esperar a otro? La respuesta del Maestro es contundente, la da con las palabras que habían surgido del mismo Dios por labio de los profetas: los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos son purificados, etc.; los dolores humanos desaparecen. Son los signos por los cuales se conocería la llegada del Mesías.
La respuesta provoca la vuelta de los discípulos de Juan para contarle y seguramente animarle en su esperanza. Y Jesús alaba al Bautista, lo reconoce en su tarea de precursor, de disponer el corazón de los hombres y mujeres de su tiempo para que puedan reconocer a su salvador. Hoy necesitamos a hombres y mujeres que nos den signos y testimonio de esperanza, de fidelidad a toda prueba de que es posible la construcción de una sociedad nueva.
Los sistemas políticos han fallado todos. Ahora toca la oportunidad de escuchar otras propuestas y hacerlo desde la mirada de una comunidad que sueña su propio destino. Las elecciones que se realizan en cada lugar durante este domingo en la comunidad nacional son la posibilidad que tienen los ciudadanos de poder colaborar en la construcción de un lugar nuevo donde vivir, el Reino de Dios no es un espacio exterior fuera de los límites del planeta ni tampoco intramundano; pero lo que aquí construimos debe ser imagen de esa verdad que supera nuestra mirada y nuestra inteligencia. Porque se parte desde los dolores e injusticias de este mundo para aliviar y para conseguir la tan anhelada paz. Que no consiste en estar tranquilos e inmóviles, sino en que cada uno ha ido convirtiéndose: es decir, teniendo mirada nueva frente a las situaciones que nos duelen como el trato discriminatorio por ser niño, o ser mujer, o ser “viejo”, o de tal raza o cultura.
La paz consiste en que toda persona es considerada como tal y por esa razón parte del pueblo de Dios y amada por él. Necesitamos hombres y mujeres que nos animen la vida, no que cuenten chistes; sino que nos puedan mover al trabajo, a la oración, a los cambios de actitud.
Tercer domingo de Adviento, 14 de diciembre 2025.