P. Luis Alarcón Escárate
Vicario Episcopal Talca Ciudad y Pastoral Social
Capellán Universidad Santo Tomás Talca
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: <<Todo varón primogénito será consagrado al Señor>>. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: <<Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel>>. Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: <<Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos>>. Había también allí una profetiza llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él (Lucas 2, 22-40).
“Este domingo hemos de considerar a Jesús en su condición de Hijo de María; a la Virgen en su condición de madre y esposa; a san José como padre adoptivo de Jesús y esposo de María. Todo lo que acontece en la Sagrada Familia, evoca las virtudes domésticas que reinaban en su entorno: la fe, la fidelidad, el trabajo, honradez y el respeto mutuo entre marido y mujer y entre padres e hijos. Sin embargo, más allá de estas virtudes, los padres de Jesús cumplen con lo prescrito en el Levítico (12, 3-4): al octavo día, el niño debía ser circuncidado y treinta días después se procedía al rito de la purificación, ligado al culto.
José y María son personas pobres; por tanto, el sacrificio que ofrecen a Dios es todo lo que los pobres tienen para dar: un par de tórtolas y dos pichones. De este modo, en la persona de sus padres, Jesús se presenta a la humanidad y a Dios como pobre. Y en las palabras de los ancianos Simeón y Ana, las esperanzas y anhelos de todos los sufrientes encuentran una <<respuesta>>. Es decir, ambos representan a todas las personas que, en el pasado y hoy, esperan días de consolación.
Por eso, Jesús es la realización de la esperanza de todos los pobres del mundo, porque es la luz para iluminar a las naciones y, al mismo tiempo, signo de contradicción. Suscita divisiones porque ante su Palabra nadie queda indiferente y sus interlocutores deben tomar una decisión: <<estar con Cristo o no>>. Como María y José, que se deciden por el proyecto de Dios. Ambos tienen algo que hoy se ha perdido, la fe y confianza en Dios. Por tanto, ¿qué tiene de particular la Sagrada Familia? Que, a pesar de las dificultades, no renuncian al amor, a la generosidad, a la abnegación de sí mismos, a la atención del otro, es decir, todos buscan la santidad de vida y la voluntad de Dios” (P. Fredy Peña T., ssp).
Le pedimos al Señor que, en familia, podamos expresar esta noche nuestro cariño y compromiso con el nuevo año que iniciaremos. Que nuestro testimonio sea un amor profundo como el de la Sagrada Familia de Nazaret.
La Sagrada Familia de Jesús, María y José, domingo 31 de diciembre.