P. Luis Alarcón Escárate
Vicario de Pastoral Social y Talca Ciudad
Párroco de Los Doce Apóstoles
Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: <<Crucemos a la otra orilla>>. Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: <<¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?>>. Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: <<¡Silencio! ¡Cállate!>>. El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: <<¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?>>. Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: <<¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?>>. (Marcos 4, 25- 5, 12)
El evangelio de esta ocasión nos presenta algunas preguntas que son de gran profundidad y que tienen que ver con la antropología más profunda. Son preguntas que los filósofos de todos los tiempos han querido responder, pero no logran dejar conformes a los hombres y mujeres de todos los tiempos.
¿No te importa que nos ahoguemos? Es la permanente actitud de creer que las cosas son producto de lo que hacen los demás y uno está a merced únicamente de lo que podría hacer un ser superior para liberarnos de esas graves dificultades que pueden ser de muchos orígenes: ahogados por el tiempo que nos apremia para realizar los ajustes que la vida nos exige para aprender, para ser buenos ciudadanos, para crear un sistema de gobierno que responda a la realidad que creemos necesario para vivir mejor en justicia y solidaridad al cual nunca llegamos de manera total, nos ahogamos con la realidad de los dolores de la enfermedad, de la cercanía de la muerte en toda etapa de nuestra vida, Etc. y todo ello lo remitimos a una fuerza superior, a Dios que nos envía todo como prueba y según como soportemos estos percances podremos salir adelante en todos nuestros propósitos. Es sabido que las grandes reflexiones de teólogos y maestros de espiritualidad nos ayudan a descubrir que Dios es un Padre que ama profundamente su creación, la acompaña eternamente para que alcance su dimensión de perfección, de hacerse junto con Jesús verdadero Hijo e Hija, imagen plena de quien le ha engendrado a su imagen y semejanza. Por lo tanto, sí. Le importa mucho que nos ahoguemos, porque un padre que ama no podría dejar a sus hijos sumidos en la angustia y en las grandes dificultades provocadas en su gran mayoría por las malas decisiones tomadas, porque no ha escuchado bien la palabra de su Padre.
Y a partir de esos miedos que enfrentamos y en el encuentro con el Señor Jesús brota la respuesta a la siguiente pregunta: ¿cómo no tienen fe? Cuando lo miramos a Él, podemos encontrarnos con nuestra propia realidad. Jesús que es un hombre, ha compartido todo lo humano y ha debido enfrentarse con todos los obstáculos existentes para crecer como un hombre digno y libre. Podría haberse quejado de su precoz exilio en Egipto, de la pobreza que le tocó padecer durante toda la vida, de la incomprensión de los hombres y mujeres de su tiempo, de la presencia del mal en la forma de esclavitud, enfermedad, opresión y reclamar a Dios por todo eso. Pero contrariamente a lo que muchos hacen se comprometió con la historia de su pueblo, comprendió el amor inmenso de su Padre Dios y lo empezó a transmitir con su propia vida, no esperando que otros fueran los que empezaran. El cambio parte de uno mismo. Jesús fue protagonista de su historia y comenzó a calmar tempestades desde pequeño. Conociendo a su Padre y contándoles a los maestros de la ley cuando se perdió en el templo cuál era su voluntad, haciendo oración permanentemente para saber y nunca alejarse de su amor y su palabra de Padre, perdiendo el miedo a hablar y comenzando a mover el corazón de hombres y mujeres que fueron sanados, pero partiendo de una pregunta nueva: ¿quieres sanar?, que Jesús les hacía para que fuera un esfuerzo nuevo y propio de quien toma conciencia de su realidad y empieza a ponerse de pie.
En este tiempo de nuestra historia patria, qué importante es empezar a recorrer este camino para que nuestra fe vuelva a enraizarse en el corazón de Chile. Para que entonces tome sentido esta presencia de Dios en la profundidad del alma de Chile y no veamos al Señor como una presencia irreal y sin utilidad en nuestras leyes y constituciones, queriendo alejarlo y olvidando que desde la fe se fue creciendo a lo que somos hoy como pais.
Domingo 20 de junio, Décimo segundo domingo del año.